Este post fue publicado en GuionistasVLC el 28/12/2012.
Cuando me ofrecieron entrar a formar
parte de la plantilla de Guionistas VLC me sentí agradecido. Es un
blog potente que lee mucha gente, pero no estaba seguro de querer
aceptar. Llevo mucho tiempo manteniendo mi blog en solitario y estoy
acostumbrado a hacer lo que me da la gana, a mandar. Todavía no
sabía hasta qué punto, pero estaba seguro de que entrar a formar
parte de un equipo me traería problemas.
De todas formas insistieron. “Vente
un día a la oficina y hablamos”, me dijeron. Tuve que hacer un
hueco en mi apretada agenda y no fue fácil, pero al final fui a
finales de esa misma semana.
Al llegar, fue Gabi quien me abrió la
puerta. Me invitó a pasar y me ofreció tomar algo mientras
preparaba la reunión. Pedí un güisqui con hielo, no suelo tomar
vodka por las mañanas, aunque sospecho que a Gabi le habría gustado
que aceptase algo de mate.
Sentado en la recepción me llamó la
atención la calidad de los muebles. No había muchos, un par de
sofás de cuero y una mesa de caoba, pero todavía olían a nuevo y
juraría que eran de piel auténtica. Parecía que el negocio no les
iba mal.
A los pocos minutos me hicieron pasar a
la sala de reuniones. Era enorme, con techos altos, un ventanal
gigante desde el que podía contemplarse el skyline de Valencia y con
una mesa ovalada de madera casi más grande que la sala justo en el
centro.
Encima de la mesa estaban amontonados
los doce tomos de la Enciclopedia Británica y justo detrás estaba
Paco tomándose la tensión. Le saludé y me dijo que se acababa de
comprar un aparato cojonudo que le medía la tensión hinchándose y
deshinchándose automáticamente cada cinco minutos y medio. El
aparato emitía unos pitidos agudos muy molestos, pero según dijo
Paco, aquello significaba que todo iba bien.
Me senté a su lado, disimulando una
sonrisa. Todo el mundo sabe que la tensión es un invento de las
farmacéuticas para vender más medicamentos, pero se le veía tan
entretenido con su juguete nuevo que no quise decirle nada.
En ese momento, una pantalla gigante
que había al final de la sala se encendió y apareció la cara de
Martín a 54 pulgadas. Nos saludó y dijo que estaba en Londres o en
Madrid o no sé donde... La verdad es que podría haber estado
perfectamente en la habitación de al lado. Entre lo cerca que tenía
la cámara y esos rizos, no conseguí ver nada de lo que había a sus
espaldas. Digo yo que podría haber tenido el detalle de hacer como
los corresponsales en los informativos y dejar que viésemos al fondo
el Big Ben o la Plaza del Sol, no sé, algo.
Solo faltaba Chon. Fue entonces cuando
me dí cuenta de que justo delante de una de las sillas había un
cartelito escrito a mano en el que podía leerse: “Ahora vuelvo”.
Gabi, Paco y el corresponsal sin croma me explicaron que ese cartel
llevaba allí varios meses y que había otro idéntico encima de la
mesa de su despacho. Los tres coincidían en que seguramente Chon
debía estar a punto de llegar, pero que era mejor ir empezando la
reunión. Ya le pondríamos al día cuando llegase.
Gabi fue al grano. Necesitaban a
alguien más en el equipo. Me explicó algo de una subvención,
apuntó que los patrocinadores no estaban muy contentos y dejó caer
algo de una organización de la que no quiso explicarme mucho y sobre
la que preferí no insistir. Al parecer la cosa era que se habían
comprometido a escribir cierto número de post al mes y no daban
abasto.
Al principio fue fácil, me contaron.
Cuando empezaron con el blog tenían muchas ganas de demostrar que se
merecían el sueldo y las ideas se les acumulaban de tal forma en la
cabeza que llegaron incluso a usar más de una idea por post, un
derroche, una locura. Pero poco a poco empezaron a agotarse.
Por ridícula que sea la cantidad, al
final todo el mundo se acostumbra a su sueldo y empieza a pensar que
merece más. Entonces el día a día empieza a hacerse tedioso y eso
para un guionista es mortal.
Habrían desmantelado el blog y tirado
cada uno por su lado en ese mismo momento si no fuese porque los
acuerdos, contratos y subvenciones les obligaban a seguir.
Fue entonces cuando se les ocurrió la
gran idea de las “firmas invitadas”. Tiraron de contactos y
consiguieron engañar a decenas de personas para que escribiesen
gratis. Aquello era como el timo de la estampita. Cada viernes
publicaban el post de alguien al que no habían pagado. Bueno,
después me contaron que alguno sí que pidió algo a cambio, pero no
fue dinero.
Esta idea les permitió seguir un
tiempo, pero estas últimas semanas habían estado otra vez con el
agua al cuello. Así que tuvieron que tomar la decisión de contratar
a alguien más y repartir el pastel.
Podrían haber llamado a cualquiera
pero me llamaron a mí porque ya habían conseguido engañarme tres
veces como firma invitada y pensaron que seguramente aceptaría por
poco. Pero cometieron el error de citarme en el despacho y hablar más
de la cuenta.
Si me lo hubiesen dicho en un bar de la
calle Padre Tomás Montañana, por ejemplo, habría colado. Pero en
medio de todo aquel lujo yo sumé dos y dos y rápidamente me di
cuenta de que podía pedir mucho más.
Al principio no querían ceder, pero
cuando les amenacé con tirar de la manta claudicaron. El termostato
se había roto hacía unos días y allí dentro hacía mucho frío.
Lo de tirar de la manta habría sido cruel, pero lo habría hecho de
haber sido necesario. ¡Qué narices! Habría meado en el brasero si
me hubiesen obligado.
Rápidamente nos pusimos de acuerdo en
una cifra. Era obvio que el dinero no era problema para ellos. Pero
la negociación llegó a un punto muerto cuando negociamos la plaza
de garaje.
Cuando construyeron el edificio no
pensaron que tal vez algún día alguien más trabajaría en el blog
y solo había cuatro plazas de garaje. Martín tenía aparcado el
Lotus en la suya porque cuando sale de Valencia le gusta ir de
alternativo. Paco y Gabi usan la suya todos los días y en la de Chon
hay un cartelito, así que decidieron que a mi me tocaba aparcar en
la calle. Pero yo por ahí no pasaba.
Estuvimos negociando durante horas,
estudiando todas las posibilidades. Hicimos planos del garaje para
ver si colocando los coches de otra forma conseguiríamos aparcar los
cinco, pero era físicamente imposible. Yo propuse un sistema de
rotación por el que cada semana aparcaría uno de nosotros fuera,
pero Martín se puso especialmente pesado diciendo que por nada del
mundo dejaría su Lotus en la calle.
Estuvimos a punto de llegar a las
manos, pero fue Paco, entre pitido y pitido, el que tuvo la gran
idea. ¿Y si habilitábamos un helipuerto en el tejado? La idea me
encantó desde el primer momento. Así que nada, cada dos semanas
publicaré un post aquí y mañana empiezo mi instrucción como
piloto de helicópteros.
Ahora el problema es decidirme entre un
modelo. De momento estoy entre estos dos, el Apache AH-64 y el X2
Attack. Uno tiene misiles y el otro es el más rápido del mundo. No
me decido... ¿Qué me aconsejáis?
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