Este post fue publicado en Guionistas VLC el 12/03/12
El otro día vi un documental sobre focas. Concretamente contaba la historia de Maggy, una foca hembra en la flor de la vida.
Maggy no tenia nada de particular, era una foca como todas las demás. De hecho, si os soy sincero, no estoy muy seguro de que realmente todas las imágenes que componían el documental fuesen de la misma foca. Es probable que los realizadores estuviesen un tiempo grabando focas al tuntún y después decidiesen montar aquello de tal forma que, con la ayuda inestimable de una voz en off, los espectadores incautos como yo nos tragásemos que todas aquellas aventuras y desventuras formaban parte de la vida de una sola foca.
Pero la cuestión es que me lo creí, porque me apetecía creérmelo y porque la idea de descubrir cómo es el día a día de una foca común sacó el cotilla que llevo dentro. Por suerte, mereció la pena. La vida de aquella foca resultó ser de lo más interesante. Cazaba peces compinchándose con sus colegas, tomaba el sol en las rocas y cada vez que se encontraba con un erizo de mar se pinchaba el hocico por curiosa. ¡Maggy era la monda! Pero lo mejor estaba por venir. De repente llegó la época de celo y Maggy se puso de un cachondo tan subido que todos los machos querían enrollarse con ella. Le tenían tantas ganas que hubo peleas y todo. Al final, Maggy eligió justo al que más me gustaba para ella, ¡no veas qué alegría me dio! Era un macho enorme, elegante y con mucho porte. Esa misma noche hicieron el amor apasionadamente en la playa, bañados por las olas del Pacífico norte.
A los diez meses y medio nació Pegy, una foca preciosa con los ojos de su madre y los andares de su padre. Si el documental me estaba gustando, ahora me tenía enganchadísimo. Me sentía orgulloso de ver como aquel pequeño animalito daba sus primeros aleteos por el mundo. Especialmente emocionante fue el momento en que Pegy cazó su primer pez. ¡Pero qué grande!
Las focas, mira tú que cosa más inesperada, se convirtieron en mi animal más preferido.
Pero entonces ocurrió algo espantoso. Era la hora de comer y todas las focas estaban pescando alrededor de un banco de sardinas que se había acercado a la costa. De repente, una de ellas vio algo y huyó a la orilla como alma que lleva el diablo. Todas las demás, alertadas por esta, huyeron a la playa. Todas menos Pegy, que en ese momento se encontraba justo a punto de cazar su tercera sardina del día, lo que habría supuesto un nuevo récord personal que contar a Maggy. Seguro que su madre se habría sentido muy orgullosa de ella, pero por culpa de este entusiasmo en la caza Pegy no se dio cuenta de que en aquellas aguas había algo maligno, una ballena asesina.
Aquella mole de carne hidrodinámica se lanzó sobre ella con tanta velocidad que para cuando Pegy alcanzó a ver una sombra negra y blanca por el rabillo del ojo, unos dientes de más de diez centímetros ya le estaban desmembrando. La sangre de Pegy tiñó el agua y yo me sentí morir.
Aquel animalito inocente no merecía aquello. ¿Qué será de Maggy ahora? Seguro que pasará el resto de sus días sintiéndose culpable y acusándose a sí misma de ser una mala madre.
Cambié de canal, a telecinco. Al menos allí la sangre era fingida.
Pero al día siguiente recaí. No me preguntéis por qué, pero me puse a ver otro documental. Soy un enfermo, lo sé.
Todavía no había logrado borrar de mi mente el asesinato de Pegy cuando, de repente, tuve que vérmelas con su asesino. Sí amigos, para mi espanto, aquel documental iba sobre orcas.
Mi primer impulso fue cambiar de canal, pero había dejado el mando a distancia más allá del alcance de mi mano y ya estaba enrollado en la manta en el sofá, por lo que decidí ser fuerte y mirar a aquel animal a los ojos acusadoramente tanto tiempo como fuese necesario, hasta que me quedase dormido de pura rabia.
Pero, para mi sorpresa, aquel documental hablaba bien de las orcas. Las definía como seres capaces de mostrar sentimientos. Al parecer vivían en grupo y unos cuidaban de los otros, relacionándose y comportándose según las normas de una estructura familiar.
Era evidente que aquel documental, que se las daba de objetivo y científico, estaba tratando de manipularme. Pero no iba a ponérselo tan fácil. Yo sabía bien la clase de animal que era aquel bicho. Un animal cruel de la peor calaña capaz de matar crías inocentes sin ni siquiera pestañear.
Reconozco que cuando una de las hembras dio a luz y vi a aquella pequeña criatura saliendo a respirar a la superficie por primera vez en su vida flaquee un poco.
Acababa de nacer, puede que sus padres fuesen unos seres despreciables, pero él no tenía culpa de nada. Eso sí, seguía odiando a su madre que, además, tenía una marca en la aleta que me recordaba mucho a la que tenía la asesina de Pegy. ¿Era posible que se tratase del mismo animal? Solo de pensarlo se me revolvían las tripas.
Entonces la voz en off, la misma voz en off que el día anterior se horrorizaba conmigo por la muerte de Magy, empezó a explicar que las crías de orca dependen totalmente de sus madres durante todo un año y que durante todo ese tiempo maman entre ¡tres y cuatro horas al día!
Al rato se me hizo difícil odiar a aquella madre y dejé de mirarla tan acusadoramente. ¿Tú sabes como chupaba eso? Soportar que tu hijo viva a tu costa, como un niño mimado, durante tanto tiempo, te desacredita totalmente como asesino. Si realmente fuesen seres violentos abandonarían a su suerte a esos pequeños mamones a los pocos meses de nacer, pero no, las madres orca se implican muchísimo en la crianza de sus hijos.
Entonces fue cuando lo comprendí. Aquella pobre madre orca debía estar desesperada. Si las orcas cazaban focas era porque con un un bebé chupando de la teta todo el día, o se alimentaba o moría por inanición. Y si ella moría su bebé también moriría. Con tanta presión y responsabilidad sobre ella era normal que cazase lo que fuese que se pusiese a tiro.
Para cuando llegó la secuencia en la que la madre orca caza una foca, ya estaba preparado. Casi me alegré por ella. Las focas seguían cayéndome bien y me dolía que tuviesen que morir, pero aquella orca era una buena persona y se merecía comer algo después de tanto trabajo.
Cuando el documental acabó y un anuncio de detergente me sacó de mi ensimismamiento, sentí vergüenza de mí mismo. En menos de una hora había pasado de ser un convencido pro-foca y odia-orcas a casi todo lo contrario. ¿En qué clase de persona me convertía eso? ¿Acaso no tenía personalidad? Alguien capaz de dejarse manipular de esa forma tan burda no era digno de llamarse persona. Las personas, al menos las personas que merecen la pena, son fieles a sí mismas. Cuando alcanzan una convicción la defienden y se mantienen en su posición aunque otros traten de convencerle de que se equivocan. Un verdadero pro-foca se habría mantenido firme durante toda esa hora, mirando de forma acusadora a aquella orca y a su puñetera cría, impermeable a cualquier argumento manipulador que buscase apelar a mis sentimientos o incluso a mi capacidad de raciocinio. Un verdadero pro-foca odiaría a las orcas toda su vida sin contemplar siquiera cualquier otra opción, por muy convincentes que pareciesen sus argumentos o por muy adorables que pareciesen las crías de orca.
Entonces empecé a dudar de todas mis convicciones. Tal vez, en realidad, no opinaba nada sobre nada. Tal vez, en el peor de los casos, todo lo que yo creía mi propia opinión no era más que el eco de las proclamas de otros.
Entonces fue cuando me dí cuenta. La culpa de todo la tenían aquellos documentales. Tras una apariencia de objetividad, se escondía toda una estrategia narrativa pensada para que el espectador se sintiese más próximo al protagonista de la historia que a todos los demás. ¿Qué habría pasado si el documental hubiese sido de sardinas? ¿Entonces ahora odiaría a las focas?
No podía seguir así. Tenía que ser capaz de construir mi propia escala de valores, debía guiarme por criterios personales y alcanzar convicciones propias. Nadie podía estar decidiendo por mí lo que debía pensar.
Así que tomé una determinación, a partir de ese momento pensaría bien cada cosa y sería consciente de cada decisión que tomase. No me dejaría influenciar por nadie y cuando me identificase con alguna opción me mantendría firme en esa posición pasase lo que pasase.
Por lo pronto, tras pensarlo mucho y sopesar los pros y los contras, decidí ser pro-orca. Puede que Maggy y Pegy me hubiesen caído bien en algún momento, pero las orcas estaban por encima en la cadena alimenticia y, puestos a elegir, mejor quedarse con el que manda.
Por fin tenía una opinión propia sólida y meditada. Me sentí aliviado. Había pasado toda la tarde pensando en aquello. Enrollado en la manta, tumbado en el sofá y con la tele encendida pero con la mirada perdida en el techo. Sin darme cuenta, se habían hecho las nueve de la noche y justo empezaban los informativos. Por fin iba a poder relajarme un poco y ver la tele tranquilamente. Aquí no hablaban de animales.
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