Este post fue publicado en Guionistas Vlc el 25/06/12
La semana pasada fue de esas intensas. Entre otras cosas, porque participé en dos saraos muy distintos que, de algún modo, se acabaron complementando:
-Todas las tardes, de lunes a viernes, asistí a un taller de reescritura de guión organizado por la Fundación Autor de Sgae y EDAV, la asociación de guionistas valencianos, e impartido por el gran Joan Marimón.
-La tarde del martes participé en una charla que tuvo lugar dentro del marco de las actividades llamadas Making Of encuentros con cineastas del 27 Festival Internacional de Cine de Valencia, el CinemaJove. Fue presentado por el director del festival Rafael Maluenda, con Paco Plaza (REC) y Borja Cobeaga (Pagafantas) como ponentes y un servidor como moderador en representación de EDAV, coorganizadora de la actividad.
Si os la perdisteis y queréis ver la charla, sólo tenéis que seguir este link. Todas las charlas fueron emitidas en directo en streaming a través de la web del festival y los videos permanecen colgados on line, por lo que podéis ver de forma totalmente gratuita cualquiera de ellas en esta misma web. Os lo recomiendo, algunas fueron realmente interesantes.
Nuestra charla tenía por título El guionista visto por el director. La intención era hablar sobre el trabajo en equipo entre guionistas y directores, y aprovechar la presencia de estos dos brillantes directores/guionistas para que nos explicasen su punto de vista sobre este tema y nos regalasen algo de su experiencia.
En las casi dos horas que duró la charla dio tiempo a abordar el tema en profundidad, contar muchas anécdotas e incluso lanzar al aire alguna que otra reflexión interesante sobre cómo va esto de hacer películas. Pero de todas las cosas que se dijeron, hubo una idea que acabó siendo recurrente porque apareció en varios momentos de la charla: Cuando escribimos, muchas veces, nos engañamos a nosotros mismos.
Tanto Paco como Borja afirmaron que en el proceso de escritura de un guión de largometraje suele ocurrir que cuando detectamos un problema, por no atascarnos en él, nos engañamos a nosotros mismos diciéndonos que ya lo solucionaremos. Si estamos trabajando en la escaleta, pensamos que lo solucionaremos en el dialogado y si ya estamos dialogando, lo dejamos para la siguiente versión o directamente le pasamos el marrón al director. Por eso, cuando la película acaba teniendo algún problema (una secuencia que no funciona, un personaje mal definido…) “muchas veces miras atrás y te das cuenta de que el problema ya estaba en el guión”.
Todo aquel que se haya enfrentado al proceso de escribir largometrajes sabe que esta es una gran verdad. Como autores, conocemos los puntos fuertes y los puntos débiles de nuestras historias. Pero hay veces que, de forma consciente o inconscientemente, decidimos hacer la vista gorda.
Son muchos los motivos que nos llevan a hacerlo. Porque no encontramos nada mejor, porque si cambiamos eso se nos cae toda la historia, porque aunque sabemos que no funciona nos gusta y nos resistimos a aceptar que no puede ser, porque hemos ido posponiendo el momento de abordar ese problema directamente confiando en que se resolvería por sí mismo pero no ha sido así y llega un momento en que ya es demasiado tarde porque el guión se ha vendido o porque la producción necesita la versión definitiva YA.
La cuestión es que los problemas en el guión rara vez desaparecen por sí mismos durante el rodaje. Lo normal es que crezcan. Si el director, el productor y los actores se han embarcado en el proyecto es porque confían en el guión. Así que ellos, o no han visto el problema o también se están engañando a sí mismos…
Por eso, como guionistas, debemos ser capaces de mirar a nuestras historias a los ojos y decirles la verdad a la cara. Sería algo así como decirle a tu chica que el vestido que se quiere comprar para la boda de su hermana le hace el culo enorme. Cuesta decírselo, pero mejor hacerlo allí, en la relativa intimidad del probador de la tienda, que esperar a que todo el mundo se dé cuenta en el baile del convite.
Y si no eres capaz, lo mejor es buscar a alguien que lo haga. Hablo de encontrar los problemas en el guión, olvidaos de los culos y de los trajes de boda.
Pues bien, después de la experiencia de la semana pasada, he llegado a la conclusión de que no hay nada mejor que un taller de reescritura para encontrar los problemas de tu guión y, en muchos casos, encontrar también las soluciones.
Como os he comentado antes, el profesor del taller fue nada menos que Joan Marimón. Un guionista y director al que admiro, pero sobre todo, una excelente persona a la que aprecio mucho.
Una de las especialidades de Joan es crear un muy buen ambiente de trabajo en sus cursos. Todo el mundo se implica y las historias que cada alumno aporta acaban siendo un poco de todos. Es decir, que todos opinan sobre las historias de todos y tratan de aportar ideas para que todos los guiones mejoren. Dejando siempre la última palabra al autor de cada historia, por supuesto.
Por suerte, en este curso en concreto, el nivel de los alumnos y de sus historias fue excelente. Cada uno llegó con una historia completamente distinta a la de los demás y en momentos de desarrollo muy distintos.
Yo mismo decidí aprovechar el curso con una historia de la que todavía no tenía un tratamiento escrito. Llevo años trabajando en este guión (de forma muy discontinua), pero la historia me ha estado haciendo la cobra todo este tiempo. Por lo que mi objetivo no era tanto mejorar el guión, sino directamente identificar los problemas y tratar de encontrar soluciones.
Cuando uno explica su historia ante un grupo de gente dispuesta a opinar, se expone a su peor pesadilla. Los demás suelen ver cosas que tú te has estado ocultando, cosas que prefieres no ver. De repente es como si un desconocido que acaba de llegar a tu historia encontrase grietas y humedades por todas partes. Tú te habías acostumbrado a ellas, hasta te parecían bellas a su manera, pero en el fondo sabías que antes o después tendrías que repararlas.
A veces los problemas pueden solucionarse con una mano de pintura. El piso es el mismo, pero luce mucho más. En cambio otras veces no queda más remedio que echar a bajo el edificio y empezar a construir desde cero en el solar, aprovechando si acaso algo de ripio.
Lo que está claro es que después de pasar un test de estrés de ese calibre, cualquier guión sale reforzado. Las historias de mis compañeros del curso crecieron, evolucionaron, maduraron… y la mía, por fin, encontró su norte. Pude verla a través de los ojos de todos ellos y descubrí aspectos que no había visto nunca antes. Pero lo más importante de todo es que me regalaron tres o cuatro ideas brillantes que he podido incorporar y que la han mejorado considerablemente.
Para ser justos, he de mencionar aquí también a Guadalupe Sáez, que aunque no fue alumna del curso me regaló probablemente la idea que más necesitaba y que me permitió ver mi propia historia completa por primera vez.
Hay quien considera que el trabajo del guionista es un trabajo solitario. Desde luego, delante de un teclado sólo cabe uno. Pero las historias necesitan más de dos ojos.
Os recomiendo y mucho que asistáis a cursos de este tipo. Escuchar las historias de los demás y participar en su proceso creativo es muy enriquecedor. Que los demás valoren y critiquen tu historia es, además, muy útil.
Pero si no es en un taller, lo mismo da. Pídeselo a un par de amigos guionistas de confianza (a ser posible que sean mejores guionistas que tú) y a algún que otro amigo informático, tornero fresador o profesor de primaria (a ser posible que sea alguien inteligente y con poca tendencia a bienquedismo). Lo importante es que otros lean tu trabajo y opinen sinceramente sobre él. Así impedirás que los problemas lleguen a la versión definitiva del guión y que sean los espectadores los que acaben denunciándote por mal guionista.
Y para ilustrar un poco más esto que os digo, que tendemos a ver los problemas en los demás cuando muchas veces no somos capaces de verlos en nosotros mismos, os dejos este video que me he encontrado por casualidad pero que viene al pelo.
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