Este artículo sigue la misma línea que una de las clases del curso de Mensajes ocultos del lenguaje audiovisual que estoy impartiendo. Para explicar esto utilicé dos horas en las que mi exposición se intercaló con el debate con los alumnos y el visionado de fragmentos de un documental. Leyendo este el post os parecerá mentira, pero la clase fue divertida.
Hoy en día todos somos espectadores, consumimos ficción televisiva y cinematográfica a diario, por lo que todos, incluso los que no saben qué es eso, conocen multitud de tramas arquetípicas.
Una trama arquetípica no es otra cosa que una linea argumental que se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia y que se ha convertido en un modelo. Cuando una de esas tramas se inicia todo el mundo sabe a qué atenerse porque tiene referentes.
Pero esto no sólo ocurre en la ficción, en la vida diaria también. Las tramas arquetípicas son usadas continuamente por los medios de comunicación que supuestamente venden verdad porque contar las cosas siguiendo estos modelos ayuda a hacer inteligible la realidad.
Pero a veces incluso ya no se trata sólo de una forma de contar lo que ocurre, sino que se da un paso más y se hace lo que sea necesario para que la realidad se ajuste al arquetipo.
Como ejemplo, veremos qué ocurrió en los medios de comunicación a partir del momento en que un par de aviones chocaron contra las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001.
El atentado de las torres gemelas fue ideado a la medida de la televisión. Se emitió en directo a todo el mundo ofreciendo un espectáculo que recordaba enormemente a una larga lista de películas apocalípticas que habían elegido Manhattan como escenario emblemático ideal para representar la destrucción en estado puro. A través de la gran pantalla ya habíamos visto antes cómo Manhattan era arrasado por olas gigantes, por fragmentos de meteorito e incluso por rayos de naves extraterrestres. El cine ha imaginado mil y una formas de destruir esa isla. Por eso no es de extrañar que aquel día los informativos, envenenados ya hace años por la necesidad de conseguir audiencia, aprovechasen al máximo la espectacularidad de la noticia.
Los ejemplos con los que el imaginario colectivo contaba para medir aquello eran cinematográficos y eso, en muchos casos, provocó que el sentido del espectáculo se sobrepusiese a la sensibilidad y la objetividad. Teníamos la sensación de estar viviendo una película y por eso no fuimos capaces de entender realmente la dimensión de lo que estaba pasando hasta días después.
Fue entonces cuando llegó la reflexión y la gran pregunta: ¿Cómo es posible que alguien haga esto? Y, como era de esperar, las respuestas simplistas se impusieron.
Al mismo tiempo que nacían con fuerza multitud de historias que animaban a recuperar la fe en la humanidad, sobre todo historias de bomberos y policías que corrieron en dirección contraria a todo el mundo aquel día, aparecía la figura del terrorista islámico como la explicación de todo.
Aquel atentado era el final de una larga historia. Un grupo de terroristas suicidas se había estado instruyendo para perpetrarlo y detrás de ellos, posibilitando toda la infraestructura necesaria, aparecía la figura del MALO por excelencia, Osama Bin Laden.
Ese personaje encajaba a la perfección con el arquetipo de malo de película. Un millonario excéntrico con un odio visceral hacia la humanidad.
Personalmente dudo mucho que en el mundo real haya existido alguna vez a lo largo de la historia de la humanidad alguien así. Los malos sin matices sólo existen en la ficción, más concretamente en la ficción mal hecha. Si Osama hizo lo que dicen que hizo no fue porque sí, sus motivos tendría y muy probablemente serían comprensibles para cualquiera de nosotros desde un punto de vista sentimental (ver la primera temporada de Homeland, por ejemplo, puede ayudar). Y si Estados Unidos fue el objetivo elegido, lo sano y lo inteligente habría sido pararse a pensar por qué. Hubo quien lo hizo, pero fue una corriente minoritaria. Los grandes medios de comunicación se emplearon a fondo en crear la falsa idea de que el 11S era responsabilidad en exclusiva de un loco que actuaba empujado por un odio irracional. Era importante difundir el mensaje: Nosotros no hemos hecho nada malo, sencillamente hay gente malvada en el mundo.
Las imágenes de los cadáveres se eliminaron de la televisión y la imagen de las torres gemelas desapareció del cine. Se borraron de películas que todavía no se habían estrenado, se reescribió a toda prisa el guión de algunas que todavía no se habían rodado e incluso se retrasó durante meses el estreno de alguna otra. En definitiva, se hizo todo lo que se consideró necesario para cuidar la sensibilidad del público. Y algo importantísimo para que esa sensibilidad se repusiese era recuperar la sensación de seguridad. Identificar al malo no era suficiente, había que hacer algo para reponer el equilibrio.
Muchas películas empiezan mal. Alguien mata a alguien, algo malo pasa, una amenaza surge… esto es lo que lleva a los protagonistas a actuar. Durante todo el segundo acto los personajes avanzan en esa dirección sin desfallecer a pesar de las dificultades y en el tercero se lleva a cabo la consecución de su plan con gran éxito.
Este tipo de trama arquetípica provoca gran satisfacción y sensación de seguridad en el espectador. El mensaje que transmiten es: Da igual lo que nos amenace, siempre encontraremos la forma de combatirlo. Por lo que era un esquema que encajaba a la perfección con lo que Estados Unidos y la civilización occidental en general necesitaba en ese momento.
Para reproducir ese patrón en el mundo real lo primero que había que hacer era marcar un objetivo. Osama Bin Laden funcionaba bien como enemigo a batir, pero no se le puede hacer la guerra a una organización terrorista. Al menos no el tipo de guerra que se necesitaba. Por eso se atacó Afganistán e Irak, para escenificar la guerra al terrorismo.
Esta guerra se luchó en dos bandos, en el frente y en los medios de comunicación. Y en lo que a lo segundo se refiere, la guerra se ganó el día que el ejército americano consiguió derrocar la estatua de Sadam Hussein en la plaza Firdos de Bagdad.
Fue una imagen buscada, preparada y cuidada. Simbolizaba la victoria, era el final feliz que la película necesitaba. Desde un punto de vista argumental la guerra había terminado.
Lo que en un primer momento parecía el final de una historia en la que los terroristas habían ganado, se había convertido en el principio, en el detonante de otra historia con un final y un mensaje completamente distinto: Los buenos siempre ganan y los buenos somos nosotros.
No imagino a George W. Bush frente a una mesa repleta de señores con galones cosidos a sus americanas gritando algo así como: ¡¡Necesitamos un punto de giro y un final en alto para la guerra!! Pero obviamente los medios de comunicación afines a él sí debieron utilizar estos términos u otros parecidos.
Vivimos en un mundo en el que lo real y lo verosímil se confunden intencionadamente. No dejarse llevar por la versión de los hechos que nos ofrecen sin más, es la obligación de cada uno. Seamos espectadores con sentido crítico.
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