Una de las grandes diferencias que existen entre escribir novelas y escribir guiones es que los guionistas estamos obligados a pensar en imágenes. Siempre podemos usar los diálogos o incluso la voz en off para explicar ciertas cosas, claro, pero todo aquel que quiera exprimir al máximo las posibilidades que le brinda el séptimo arte se rebanará los sesos tratando de encontrar esa imagen que consiga explicar, resumir o simbolizar lo que sea que quiere transmitir.
Esto, a veces, es complicadísimo. Pero, a cambio, nos brinda la oportunidad de golpear al espectador con un arma con la que el escritor de novelas no cuenta, el silencio.
Personalmente, cada vez que me encuentro con uno de esos planos que no necesitan de nada más que la imagen y el contexto creado por la propia historia para explicar un concepto complejo, me enamoro un poco más de este oficio.
Personalmente, cada vez que me encuentro con uno de esos planos que no necesitan de nada más que la imagen y el contexto creado por la propia historia para explicar un concepto complejo, me enamoro un poco más de este oficio.
Hace poco, me encontré con uno de esos planos. Será el primero del que os hablaré. Y pensando en él me dio por empezar una lista de todos los planos que, de algún modo, consiguieron provocarme este efecto. Comparto aquí una pequeña muestra con algunos de mis planos favoritos y os animo a que compartáis los vuestros en los comentarios.
Hijos del Tercer Reich
Un joven inteligente y con personalidad propia se ve obligado a ir a combatir en una guerra en la que no cree, sencillamente, porque no cree en ninguna guerra. Los primeros meses trata de seguir siendo fiel a sus principios, pero la crueldad que le rodea le irá afectando hasta el punto de acabar transformándolo por completo.
En el tercer y último capítulo de la miniserie, cuando la evolución del personaje ya es completa, llega esta maravillosa escena. El joven se queda dormido en medio del bosque y, al despertar, se encuentra cara a cara con un lobo que lo olisquea primero y le gruñe después, mostrándole los dientes amenazadoramente a pocos palmos de la cara. Él no se mueve. Incluso le mantiene la mirada.
Su reacción es la de alguien que ha perdido el respeto a la muerte. Ha asumido la propia y la suministra a otros sin pestañear. Se ha convertido en algo distinto a un ser humano porque, si algo nos define, es el miedo a la muerte.
Este plano simboliza la evolución de este personaje de un modo tan limpio que estremece.
The Wire
Este es el primer plano del primer capítulo. Así empieza la serie. Sangre reciente sobre el asfalto de una calle de Baltimore iluminada por las luces de un coche de policía. Sencillamente genial. Casi podría decirse que toda la serie gira en torno a esta imagen. La sangre mana de agujeros de bala distintos, pero nunca deja de correr.
Este plano consigue contextualizar toda la serie en un solo segundo. Estoy seguro de que algo así no se habría podido conseguir si no fuese porque sus creadores tenían muy clara toda la serie en su conjunto antes de rodar un solo plano. Ojalá todo el mundo pudiese trabajar en estas condiciones.
Breaking Bad
Esta serie arrancó con una gran idea de trama, pero si se mantuvo durante cinco temporadas y llegó a ser mítica fue gracias a una genial construcción de personaje. Walter White es un tipo ambicioso, rencoroso, egocéntrico, perfeccionista y un tanto obsesivo. Cuando trabaja en el laboratorio busca la perfección y cuando todo le va mal y el trabajo se convierte en lo único que le reporta satisfacciones en la vida, esa obsesión por conseguir la perfección se vuelve compulsiva.
Conseguir explicar algo así en una sola imagen no era sencillo, pero lo consiguieron con una idea brillante. ¿Consentiría Walter White que una mosca pululase libremente por su laboratorio contaminándolo todo? La respuesta, obviamente, es un NO rotundo. Y dedicaron todo un capítulo, el décimo de la tercera temporada, a regodearse en esta idea, regalándonos planos como este, que casi podrían considerarse una descripción de personaje en imágenes.
Tres colores: Azul
Si hay algo complicado de transmitir en imágenes son los sentimientos. Recurrir a la expresividad del actor, a los gestos obvios de los personajes, o a los diálogos explicativos, es el primer impulso. Pero existen otras formas extremadamente más refinadas de expresarlos y en esta película se exhibe una de ellas de un modo magistral.
La protagonista pierde a su familia en un accidente de tráfico al inicio de la película y la historia recorre todas y cada una de las fases del duelo y superación de este trauma. El azul simboliza este dolor y el modo en que la protagonista se va relacionando con este color explica cómo poco a poco va consiguiendo superar el golpe.
Y para que ese color pudiese encarnarse en algo físico, se usa un fetiche, un móvil de cristales azules que colgaba del techo de la habitación de su hija. La protagonista establecerá una relación muy especial con este objeto. Primero dirigirá hacia él su ira. Después se enfrentará a él, mirándolo directamente como el que desafía a sus demonios. Y finalmente conseguirá acostumbrarse a él, llevándolo tras de sí cuando se mude a otra casa, en un intento por aprender a convivir con su pasado porque tratar de huir de él es imposible.
El momento en que la protagonista pierde su mirada en esos cristales, sabiendo los recuerdos y el significado que ese objeto tiene para ella, supera cualquier diálogo antes incluso de que intente escribirse. Al hablar elegimos palabras y el dolor no puede contenerse en ellas, en ninguna combinación de ellas. Por eso, el silencio consigue transmitir mejor este sentimiento. Se trata más de una cuestión de empatía, de vibración de cuerdas, que de comprensión racional.
Tots a una veu
“Tots a una veu” es una película pequeña, pero contiene muchos tesoros. Dejad que os traiga aquí uno de mis preferidos.
“Salnitre” es el cortometraje que cierra la cinta. En él, se cuenta la historia de un vecino del barrio valenciano del Cabanyal que ha decidido autoexiliarse en un barco de siete metros de eslora fondeado frente a la costa valenciana. Diez años lleva el hombre allí, a la distancia justa que le permite sentirse lejos de la ciudad que odia, pero lo suficientemente cerca como para seguir viendo cada día la ciudad que ama.
Esta imagen retrata tan bien el sentimiento de amor-odio que muchos valencianos sentimos por nuestra ciudad que casi podría considerarse un símbolo, un resumen de una época.
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