22 abr 2014

El elegido

Post publicado en GuionistasVlc

¿Os habéis fijado en la cantidad de historias que hay en las que parece que el planeta entero se va a pique, pero al final no? No sé a vosotros, pero a mí empieza a cansarme un poco saber lo que va a pasar al final antes incluso de sentarme en la butaca.
Ya sé lo que me vais a decir, que en este tipo de historias el final es lo de menos, que lo importante es la aventura, la peripecia. Pero en eso no estamos de acuerdo. De hecho, ahora mismo estoy trabajando en un guión que narra una historia preapocalíptica. Es decir, que no acaba precisamente bien. Si he decidido optar por esa vía, es porque llevo tiempo reflexionando sobre este tema y he llegado a algunas conclusiones. En este post intentaré explicarlo.
En este tipo de historias el mal puede tomar muchas formas. A veces tiene forma de ejército enemigo. Máquinas, orcos, alienígenas, bárbaros, demonios…
Otras veces la amenaza es temible por su irracionalidad y dimensiones. Desastres naturales, plagas de virus, meteoritos, monstruos, zombies…
Y otras veces el mal se personifica y aparece la figura del antagonista, el malo. Tipos muy raros casi siempre.
En cambio, en la gran mayoría de historias en las que está en juego la supervivencia de la humanidad, hay algo que no cambia. Siempre hay un héroe, el elegido para salvar al mundo. Alguien con unas cualidades especiales, la mayoría de las veces sobrehumanas, o equipado con algún tipo de artilugio especial, mágico o basado en una tecnología futurista todavía inexistente. Alguien capaz de enfrentarse a lo que sea necesario, de interponerse entre la humanidad y el mal, y salvarnos a todos sin ni siquiera despeinarse.
Como espectadores, cuando vemos una historia de este tipo, siempre nos identificamos con el héroe. Están escritas para que ocurra exactamente eso. Nos gusta imaginarnos a nosotros mismos en la piel de esos personajes. Sin ir más lejos, yo mismo de pequeño tenía un palo clavadito a Excalibur.
Pero con los años he llegado a la conclusión de que, en realidad, todo este tiempo lo hemos estado haciendo mal. Nos identificamos con el personaje equivocado. No somos el héroe. Somos los que lloran aterrados pidiendo auxilio. Somos el extra que muere en segundo plano. Somos los personajes sin importancia que aplauden cuando el héroe consigue salvarles justo a tiempo.
Puede parecer una gilipollez, pero si nos detenemos a pensarlo un poco, podríamos llegar a conclusiones preocupantes.
En multitud de historias, generación tras generación, la humanidad se empeña en representarse a sí misma como un bien “per se” al que hay que proteger. Un todo, una razón última que justifica cualquier sacrificio, el bien mayor. Y en esas mismas historias, quien se encarga de salvaguardar la supervivencia de la especie es un solo individuo o un equipo reducido de seres especiales, muchas veces además caracterizados precisamente por no ser humanos.
Es decir, que en estas historias la humanidad juega un papel pasivo. Somos como ese personaje femenino tan mal definido y maltratado por la visión machista del mundo, la chica que grita esperando que la salven.
Cuando se descubre la amenaza, el mal que podría acabar con todo, nos limitamos a depositar nuestras esperanzas en un héroe. Derivamos la responsabilidad en otro. Nos comportamos como niños malcriados escondiéndonos tras las faldas de nuestra madre para que dé la cara por nosotros.
La pregunta es ¿influyen estas historias de algún modo en la forma en que la humanidad se enfrenta a los problemas?
En un blog de guionistas no creo que sea necesario defender la idea de que la forma en que narramos, aunque sea ficción, redefine el mundo. Las ficciones contribuyen a formar una cosmovisión, una forma de entenderlo todo. Y cuando esa forma de narrar se convierte en arquetípica, el modelo se convierte en útil, no solo para crear nuevas ficciones, sino también para interpretar la realidad. Y eso provoca que ante situaciones similares a las descritas en la ficción, aunque sea de forma inconsciente, busquemos o esperemos el mismo tipo de soluciones que resolvieron el problema en la narración.
Tal vez esto explique que los medios de comunicación acostumbren a buscar héroes en las historias reales. Como espectadores acostumbrados a un determinado orden narrativo en el que el bien siempre prevalece, llevamos muy mal que en una historia el mal venza sin más. Por eso, cuando ocurre una desgracia, la narración de la misma acostumbra a buscar la tranquilidad del espectador ofreciéndole algo a lo que agarrarse. Encorsetar la realidad a los patrones arquetípicos de las historias de héroes es más habitual de lo que parece. Ahí están los llamados “50 héroes de Fukushima” o el monumento a los bomberos del 11S. Y que a nadie le sorprenda que si un tifón en Filipinas provoca la devastación del país y decenas de muertos, las imágenes que documenten la noticia sean las de alguien jugándose la vida por salvar a un niño. Otro héroe.
hero
No lo critico. Solo lo señalo porque me parece interesante. A veces no somos conscientes de hasta qué punto lo que escribimos y la realidad que nos rodea tienden a influenciarse mutuamente. Estamos convencidos de que nuestras experiencias vitales influyen en cómo escribimos, pero no siempre nos damos cuenta de que lo que escribimos también influye en cómo vivimos. Además a todos los niveles. Como individuos, como sociedad y como especie. Porque, ¿cómo se enfrenta la humanidad a los peligros?
Puede que en el mundo real no existan los zombies, pero la humanidad se enfrenta a multitud de peligros reales que amenazan nuestra supervivencia. La superpoblación mundial, el cambio climático o la proliferación de las armas químicas y nucleares. Amenazas todas ellas creadas o provocadas por la propia humanidad.
Son amenazas reales. Cada cual tendrá su opinión personal sobre lo preocupante de cada una de ellas, pero nadie puede negar que todas ellas, poniéndose en lo peor, plantean escenarios que incluyen la extinción de la raza humana.
¿Estamos esperando a que llegue el héroe de turno para solucionarlo?
Estoy convencido de que nuestro comportamiento como especie, nuestra forma de ignorar los problemas, se debe, en parte, a este tipo de historias. Hemos creado sociedades acostumbradas a esperar al héroe, acostumbradas a vivir como un niño que sabe que si todo falla siempre está su madre para solucionarlo todo. Nos engañamos a nosotros mismos diciéndonos que no podemos hacer nada. Pero tengo una mala noticia, los héroes no existen. No va a llegar nadie volando desde otro planeta para evitar ningún desastre. Y esperar al último momento para resolver los problemas puede parecer muy espectacular, pero es la peor de las estrategias.
Por eso he decidido escribir una historia ambientada en un futuro próximo en el que la supervivencia de la humanidad está en juego. Pero la amenaza no es ningún ser demoníaco, ni nada fantástico, sino una situación político-social alterada por el anuncio de las principales petroleras del planeta de que las reservas de crudo están llegando a su fin. Las disputas entre los países por controlar los últimos pozos y la amenaza latente de una guerra mundial con armamento nuclear es el auténtico antagonista de la historia.
Y en medio de todo esto, surge la lucha entre dos seres especiales. El héroe arquetípico que todos esperan en una situación de este tipo. Pero su enfrentamiento no es una lucha por la destrucción o la salvación, sino un enfrentamiento entre dos formas de entender su poder, entre el que considera que deben intervenir y salvar a la humanidad y el que defiende la idea de que deben permanecer al margen y asumir la suerte que la humanidad decida darse a sí misma.
Si esta historia llega a rodarse, seguramente, el final confunda y cabree a mucha gente. Pero espero que sea solo hasta que comprendan que el héroe de esta historia es distinto al resto solo por una cosa, porque no trata a la humanidad como a un niño, sino como a alguien capaz de tomar sus propias decisiones.
La duda es si realmente lo somos, o no.

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