5 ago 2010

Miénteme


El otro día fui al cine de verano a ver un documental que me sorprendió y que os recomiendo muy mucho: “Garbo, el espía (El hombre que salvó el mundo)”.


Se trata de un documental inteligentísimo que reúne dos cosas difíciles de conseguir: una buena historia y el modo perfecto de contarla.


El protagonista es un tal Joan Pujol García, un catalán de a pie que acabaría convirtiéndose en una pieza clave para la victoria de los aliados contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial. No quiero contaros mucho sobre la historia, porque merece la pena descubrirla viendo el documental, pero sí os diré que se trataba de alguien realmente hábil para algo: mentir. Mentía tanto y tan bien que consiguió hacer creer a los alemanes durante años que estaba de su parte y que era capaz de conseguirles toda la información que necesitasen para sus decisiones estratégicas. Y se la conseguía, ya lo creo que lo hacía, sólo que no era cierta. Se lo inventaba todo, tanto la información como el modo en que la había conseguido. Su cabeza inventó toda una red con 22 subagentes que supuestamente le pasaban información, y los nazis le hacían llegar el dinero para que pagase a toda esa gente... Una vez incluso inventó la muerte de uno de ellos (con esquela en el periódico local incluida) para justificar el hecho de que no hubiese informado de una importante operación aliada y los alemanes no sólo le creyeron, sino que decidieron dar una pensión a la viuda del fallecido, también inventada claro.


Se trata de una historia de espionaje y agentes dobles enmarcada por nada menos que la Segunda Guerra Mundial, pero el documental elige un modo casi cómico de narrarla. En todo momento te mantiene entretenido y en varias ocasiones el público no puede contener la risa.


La idea de que alguien, usando como única arma su imaginación, fuese capaz de variar el curso de la historia como hizo este hombre, impresiona.


¿Pero cómo lo hizo? ¿Cómo consiguió que los alemanes le creyesen? En los momentos en que su papel fue más importante, Garbo (nombre en clave de Joan) sí contaba con información de primera mano y trabajaba codo con codo con los ingleses convertido en un agente doble. Pero antes de eso, antes de conseguir llamar la atención de la Inteligencia Británica por sus logros, Garbo había conseguido hacer creer a los alemanes toda una serie de mentiras a cual más gorda... que vivía en Inglaterra, cuando jamás había pisado la isla, ni hablaba inglés y ni siquiera se apañaba muy bien con el sistema británico de moneda pre-decimal para justificar sus gastos, es un buen ejemplo de ello...


Este hombre sabía bien lo que hacía. Los alemanes necesitaban información y como bien dice el documental “si Garbo se la daba, no la buscaban en otro sitio”. Querían creerle, necesitaban agentes infiltrados en el enemigo y tener a alguien capaz de estar transmitiendo información durante horas cada día, era algo demasiado valioso como para no creerle. Además Joan sabía mentir. Su enlace con los nazis le pedía que fuese conciso, que incluyese únicamente la información clave en sus mensajes, pero él no le hacía caso. Para que le creyesen, además de acertar de vez en cuando... era necesario ser algo más que unos fríos mensajes telegráficos, era necesario crear una imagen de sí mismo, un personaje. Y Joan se adornaba continuamente con reflexiones filosóficas y cada dato iba siempre acompañado de detallistas explicaciones sobre cómo y quien le había conseguido dicha información.


Para los alemanes Arabal (nombre en clave de Joan para los nazis) era un ferviente admirador de Hitler, un hombre totalmente entregado a la causa que se alegraba de las victorias alemanas y que se sentía culpable cada vez que una información que podría haber sido vital para ellos se le escapaba o no llegaba a tiempo. Era uno de los suyos. Tanto se lo creyeron que los nazis prácticamente le pidieron disculpas cuando perdieron la guerra.


Joan, en definitiva, fue alguien que conocía a su público. Sabía lo que querían oír y se lo daba. Creó el personaje perfecto y se identificó con él para pasear durante años sobre la delgada línea que separa la verdad de la mentira. Y si consiguió que no dudasen nunca de él no fue sólo por su gran habilidad para inventar informes sin que se contradijesen entre sí, sino también porque sabía que en realidad lo que importaba no era sólo la información que transmitiese, sino la credibilidad de su personaje. Si hubiese sido un informador más, pronto habrían dudado de él. Realmente no acertaba más que nadie, ni conseguía ninguna información especialmente valiosa, lo que le diferenciaba era el modo de dar su información. Se convirtió en alguien de confianza, alguien a quien querían creer.


La verdad y la mentira quedan en un segundo plano cuando entra en juego lo verosímil. La información y la necesidad de tomar la decisión llegan antes que la posibilidad de comprobar qué es verdad y qué no lo es, por lo que lo único que importa es en quien confías. Para cuando se puede comprobar la información la situación ya ha cambiado y ha pasado el tiempo suficiente como para inventar excusas... esa era su técnica, y funcionó.


No es que quiera apuntarme un tanto... pero es obvio que Garbo era un guionista.


Inventó todo un mundo poblado por informadores de lo más variado para los que imaginó una forma de ser, un pasado, una vida. Justificó las razones por las que cada uno de ellos estaba interesado en colaborar con ellos. Y narró día a día sus aventuras y desventuras para hacer creíble el modo en que conseguían o dejaban de conseguir la información que supuestamente le pasaban a él, su jefe, para que se la transmitiese a los nazis.


En definitiva, Joan Pujol García inventó una película y los nazis se quedaron a verla mientras la guerra seguía a fuera.