22 abr 2014

Manual de supervivencia para guionistas fracasados

Post publicado en GuionistasVlc

Pero vamos a ver alma de cántaro, ¿a ti quien te ha dicho que eres un fracasado?
Si fue tu madre, no le hagas ni caso. Ella solo quiere lo mejor para ti y es obvio que ser guionista no es lo que más te conviene. Puede que sus formas no sean las mejores, pero algo tenía que intentar la mujer para que dejases esta profesión. Cuando ganes un premio se lo dedicas y santas pascuas.

Si fue tu jefe, hazle menos caso que a tu madre. Este solo quiere lo mejor para él mismo. Cuando triunfes olvida que algún día le conociste de nada, ignórale cuando se te acerque en algún sarao tratando de hacer ver que siempre creyó en ti y asegúrate de que todo el mundo lo vea.

Si fue un compañero… No me obligues a decir esto. Si a estas alturas no has pillado la dinámica puede que tu madre tuviese razón.

Nadie puede decirte que eres un fracasado, solo tú puedes decidir convertirte en uno. Si te lo dicen y te lo crees, estás perdido.

Cualquiera que lleve siendo guionista más de dos horas y media ha oído al menos 237 veces eso de que “el guión es una carrera de fondo”. Pues bien, imagina un corredor de fondo que empezase a correr pensando “esta carrera no la acabo ni de coña”. ¿Qué pasaría? Pues obviamente que ese tipo no acabaría la carrera ni de coña. Al primer síntoma de agotamiento abandonaría, porque ya se había convencido a sí mismo de que eso era exactamente lo que iba a pasar.

En la salida tienes que estar convencido, no de que vas a llegar a la meta, sino de que vas a ganar la puta carrera. Si no tienes ese tipo de mentalidad, no sirves para esto.

Todo depende de ti, de tu mentalidad. Tienes que estar convencido de que vas a escribir el mejor guión de la historia incluso cuando todo el mundo se ría leyendo un guión que escribiste intentando hacer un drama. Tienes que seguir convencido de que eres el mejor guionista de todos los tiempos incluso cuando un compañero al que hace tiempo que no ves te pregunte a qué te dedicas ahora. Tienes que ser capaz de amar esta profesión sobre todo cuando no tengas ni puñetera idea de cómo vas a pagar el alquiler el mes que viene.

Un guionista ha de ser como un samurai, como un guerrero jeday, como una roca de adamantium. Creedme, conozco a unos cuantos. En Valencia hay gente que sigue escribiendo guiones al mismo ritmo que antes de que cerrasen la tele. Es como si la banda del Titanic siguiese tocando a 2.000 metros de profundidad y sin perder el compás. Espectacular, escalofriante, sencillamente la élite de la locura mundial.


Pero tranquilo, cualquiera puede alcanzar ese nivel aunque no sea valenciano. Solo tienes que seguir fielmente una serie de pasos. Si eres constante, llegará un momento en que serás capaz de mirar al mismísimo J. J. Abrams a los ojos sin pestañear y conseguir que se mee en los pantalones. (Merecido lo tiene.)

Primero: No reconozcas nunca que has fracasado. Da igual la edad que tengas, no importa lo mal que haya funcionado lo último que has escrito. Tienes que convencerte a ti mismo de que lo próximo que vas a escribir será la obra maestra que llevas toda la vida persiguiendo.

Segundo: Por muy seguros de sí mismos que parezcan los otros guionistas no olvides nunca que están tan perdidos como tú, o más. Si ellos son capaces de disimularlo, tú también puedes.

Tercero: Da igual lo que tú pienses sobre ti mismo, lo importante es lo que piensen los demás. Si todos creen que eres genial te lloverá el trabajo aunque seas un inútil. Dedica tiempo a cuidar tu imagen de triunfador.

Cuarto: Haz amigos en el gremio. Tiene múltiples ventajas y solo un inconveniente, que a veces, cuando les conoces bien, descubres que algunos son buena gente.

Quinto: Una cosa es trabajar y otra muy distinta ganar dinero. Tu trabajo es escribir y tu objetivo ganar dinero haciéndolo. Mientras no lo consigas puedes buscar otras formas de ganar dinero, pero nunca puedes dejar de trabajar.

Sexto: Preséntate a todas las ayudas, premios, concursos, rifas, sorteos, vales descuento y rasca y gana que puedas. No es solo por la ayuda económica, lo importante es autoconvencerte a ti mismo de que el universo entero conspira para que tú sigas siendo guionista. Eso debe ser lo primero que se te pase por la cabeza cuando ganes un premio.

Anda que no he oído veces eso de: “Iba a dejarlo, a abrir una tienda de cupcakes o algo, porque los cupcakes lo van a petar ¿sabes? Pero como me han dado este premio, voy a seguir escribiendo.” Bueno, en realidad el plan de negocio varía según la persona, pero ya me entendéis.

Séptimo: (Aportación de Juanjo Ramírez Mascaró) Cuando todo parezca negro como la boca de un callejón sin salida, vuélvete a ver Golpe en la Pequeña China. Ya sabes lo que le dice Jack Burton a la tormenta: “Dime lo que quieras, nena. No me enfadaré.”

Octavo: Un guionista con un encargo es como un agente secreto con una misión especial. Nadie ni nada puede ser más importante que eso.

Noveno: Enamorarse es una opción, querer formar una familia una posibilidad, pero llevar una vida “tradicional” es una utopía. No te lo tomes como una renuncia, convéncete a ti mismo de que has elegido vivir al límite. O cásate con alguien rico evitando la separación de bienes.

Décimo: Si te vas a morir ya y todavía no has triunfado, no te rindas. Van Gogh triunfó después de muerto ¿por qué tú no? Todavía no se ha dado el caso en un guionista, pero tú procura dejar un cajón bien repleto de guiones, por si acaso. Escribe hasta el último de tus días.

Solo una última cosa. No hay nada peor que un tonto sobremotivado, así que antes de venirte arriba procura averiguar si eres tonto. Es sencillo, si has leído este post creyendo que realmente contenía las claves para triunfar, no hay duda, eres tonto.

El elegido

Post publicado en GuionistasVlc

¿Os habéis fijado en la cantidad de historias que hay en las que parece que el planeta entero se va a pique, pero al final no? No sé a vosotros, pero a mí empieza a cansarme un poco saber lo que va a pasar al final antes incluso de sentarme en la butaca.
Ya sé lo que me vais a decir, que en este tipo de historias el final es lo de menos, que lo importante es la aventura, la peripecia. Pero en eso no estamos de acuerdo. De hecho, ahora mismo estoy trabajando en un guión que narra una historia preapocalíptica. Es decir, que no acaba precisamente bien. Si he decidido optar por esa vía, es porque llevo tiempo reflexionando sobre este tema y he llegado a algunas conclusiones. En este post intentaré explicarlo.
En este tipo de historias el mal puede tomar muchas formas. A veces tiene forma de ejército enemigo. Máquinas, orcos, alienígenas, bárbaros, demonios…
Otras veces la amenaza es temible por su irracionalidad y dimensiones. Desastres naturales, plagas de virus, meteoritos, monstruos, zombies…
Y otras veces el mal se personifica y aparece la figura del antagonista, el malo. Tipos muy raros casi siempre.
En cambio, en la gran mayoría de historias en las que está en juego la supervivencia de la humanidad, hay algo que no cambia. Siempre hay un héroe, el elegido para salvar al mundo. Alguien con unas cualidades especiales, la mayoría de las veces sobrehumanas, o equipado con algún tipo de artilugio especial, mágico o basado en una tecnología futurista todavía inexistente. Alguien capaz de enfrentarse a lo que sea necesario, de interponerse entre la humanidad y el mal, y salvarnos a todos sin ni siquiera despeinarse.
Como espectadores, cuando vemos una historia de este tipo, siempre nos identificamos con el héroe. Están escritas para que ocurra exactamente eso. Nos gusta imaginarnos a nosotros mismos en la piel de esos personajes. Sin ir más lejos, yo mismo de pequeño tenía un palo clavadito a Excalibur.
Pero con los años he llegado a la conclusión de que, en realidad, todo este tiempo lo hemos estado haciendo mal. Nos identificamos con el personaje equivocado. No somos el héroe. Somos los que lloran aterrados pidiendo auxilio. Somos el extra que muere en segundo plano. Somos los personajes sin importancia que aplauden cuando el héroe consigue salvarles justo a tiempo.
Puede parecer una gilipollez, pero si nos detenemos a pensarlo un poco, podríamos llegar a conclusiones preocupantes.
En multitud de historias, generación tras generación, la humanidad se empeña en representarse a sí misma como un bien “per se” al que hay que proteger. Un todo, una razón última que justifica cualquier sacrificio, el bien mayor. Y en esas mismas historias, quien se encarga de salvaguardar la supervivencia de la especie es un solo individuo o un equipo reducido de seres especiales, muchas veces además caracterizados precisamente por no ser humanos.
Es decir, que en estas historias la humanidad juega un papel pasivo. Somos como ese personaje femenino tan mal definido y maltratado por la visión machista del mundo, la chica que grita esperando que la salven.
Cuando se descubre la amenaza, el mal que podría acabar con todo, nos limitamos a depositar nuestras esperanzas en un héroe. Derivamos la responsabilidad en otro. Nos comportamos como niños malcriados escondiéndonos tras las faldas de nuestra madre para que dé la cara por nosotros.
La pregunta es ¿influyen estas historias de algún modo en la forma en que la humanidad se enfrenta a los problemas?
En un blog de guionistas no creo que sea necesario defender la idea de que la forma en que narramos, aunque sea ficción, redefine el mundo. Las ficciones contribuyen a formar una cosmovisión, una forma de entenderlo todo. Y cuando esa forma de narrar se convierte en arquetípica, el modelo se convierte en útil, no solo para crear nuevas ficciones, sino también para interpretar la realidad. Y eso provoca que ante situaciones similares a las descritas en la ficción, aunque sea de forma inconsciente, busquemos o esperemos el mismo tipo de soluciones que resolvieron el problema en la narración.
Tal vez esto explique que los medios de comunicación acostumbren a buscar héroes en las historias reales. Como espectadores acostumbrados a un determinado orden narrativo en el que el bien siempre prevalece, llevamos muy mal que en una historia el mal venza sin más. Por eso, cuando ocurre una desgracia, la narración de la misma acostumbra a buscar la tranquilidad del espectador ofreciéndole algo a lo que agarrarse. Encorsetar la realidad a los patrones arquetípicos de las historias de héroes es más habitual de lo que parece. Ahí están los llamados “50 héroes de Fukushima” o el monumento a los bomberos del 11S. Y que a nadie le sorprenda que si un tifón en Filipinas provoca la devastación del país y decenas de muertos, las imágenes que documenten la noticia sean las de alguien jugándose la vida por salvar a un niño. Otro héroe.
hero
No lo critico. Solo lo señalo porque me parece interesante. A veces no somos conscientes de hasta qué punto lo que escribimos y la realidad que nos rodea tienden a influenciarse mutuamente. Estamos convencidos de que nuestras experiencias vitales influyen en cómo escribimos, pero no siempre nos damos cuenta de que lo que escribimos también influye en cómo vivimos. Además a todos los niveles. Como individuos, como sociedad y como especie. Porque, ¿cómo se enfrenta la humanidad a los peligros?
Puede que en el mundo real no existan los zombies, pero la humanidad se enfrenta a multitud de peligros reales que amenazan nuestra supervivencia. La superpoblación mundial, el cambio climático o la proliferación de las armas químicas y nucleares. Amenazas todas ellas creadas o provocadas por la propia humanidad.
Son amenazas reales. Cada cual tendrá su opinión personal sobre lo preocupante de cada una de ellas, pero nadie puede negar que todas ellas, poniéndose en lo peor, plantean escenarios que incluyen la extinción de la raza humana.
¿Estamos esperando a que llegue el héroe de turno para solucionarlo?
Estoy convencido de que nuestro comportamiento como especie, nuestra forma de ignorar los problemas, se debe, en parte, a este tipo de historias. Hemos creado sociedades acostumbradas a esperar al héroe, acostumbradas a vivir como un niño que sabe que si todo falla siempre está su madre para solucionarlo todo. Nos engañamos a nosotros mismos diciéndonos que no podemos hacer nada. Pero tengo una mala noticia, los héroes no existen. No va a llegar nadie volando desde otro planeta para evitar ningún desastre. Y esperar al último momento para resolver los problemas puede parecer muy espectacular, pero es la peor de las estrategias.
Por eso he decidido escribir una historia ambientada en un futuro próximo en el que la supervivencia de la humanidad está en juego. Pero la amenaza no es ningún ser demoníaco, ni nada fantástico, sino una situación político-social alterada por el anuncio de las principales petroleras del planeta de que las reservas de crudo están llegando a su fin. Las disputas entre los países por controlar los últimos pozos y la amenaza latente de una guerra mundial con armamento nuclear es el auténtico antagonista de la historia.
Y en medio de todo esto, surge la lucha entre dos seres especiales. El héroe arquetípico que todos esperan en una situación de este tipo. Pero su enfrentamiento no es una lucha por la destrucción o la salvación, sino un enfrentamiento entre dos formas de entender su poder, entre el que considera que deben intervenir y salvar a la humanidad y el que defiende la idea de que deben permanecer al margen y asumir la suerte que la humanidad decida darse a sí misma.
Si esta historia llega a rodarse, seguramente, el final confunda y cabree a mucha gente. Pero espero que sea solo hasta que comprendan que el héroe de esta historia es distinto al resto solo por una cosa, porque no trata a la humanidad como a un niño, sino como a alguien capaz de tomar sus propias decisiones.
La duda es si realmente lo somos, o no.