1 dic 2010

The Wire

He visto el último capítulo de “The Wire”.

El último capítulo de la última temporada.

A quien le haya pasado esto sabe cómo me siento... Pero no, no voy a llorar, maldita sea. Seré un hombre y aprenderé a vivir con ello. Seguramente, con el tiempo, vendrán otras. Pero ya nunca nada será lo mismo. Es así, lo estoy asumiendo.

Si tú, que estás ahí leyendo, eres uno de esos que todavía no la ha visto... he de decirte algo, te envidio. No estoy hablando de esa tontería inventada de la “envidia sana”, te envidio tanto y tan mal que casi te odio. Me cambiaría por ti ahora mismo. Envidio todo lo que te queda por ver, por descubrir. No entiendo qué demonios haces leyendo esto (te recomiendo que no lo hagas) cuando podrías estar viendo el primer capítulo. Un primer capítulo que empieza con un magistral primer plano.

Sangre fresca sobre el asfalto en la que se reflejan las luces de un coche de policía. Así se las gastan en The Wire. La primera imagen que ves ya te sitúa por completo, casi podría considerarse un resumen. ¿Y el primer diálogo? ¿Qué me decís del primer diálogo? Sin duda, una presentación perfecta no de un personaje ni de una trama, sino de un contexto. En pocas frases descubrimos que nos estamos adentrando en un mundo donde impera una ley distinta a la que (por suerte) estamos acostumbrados. En estas calles el asesinato forma parte del día a día, las esquinas son negocios y hasta el más pequeño de todos puede ir armado.

Es precisamente por esto por lo que me ha gustado tanto esta serie, porque viéndola he comprendido las normas de un mundo que me era ajeno por completo. Pero no son normas inventadas, no se trata de un mundo fantástico, The Wire nos presenta la vida tal cual es o tal cual podría haber sido, transpira realidad a cada paso. Y por si fuera poco, esta realidad es abordada desde distintos puntos de vista (traficantes, policía, escuelas, política, prensa) ofreciendo una especie de retrato en tres dimensiones. Las tramas de las cinco temporadas se complementan de tal modo que al ver el último capítulo tienes una sensación de visión general apabullante.

Nada de buenos y malos, nada de gente guapa resolviendo casos imposibles en tiempo récord, nada de finales felices. Simplemente la cruda realidad, tan rica y llena de matices como la propia vida.

Pero The Wire no es solo una serie, no es sólo entretenimiento bien documentado. Es algo más. Detrás de sus historias hay un mensaje, una lección que aprender.

En ella se exponen los problemas del sistema sin ningún tipo de complejo. Resulta obvio el esfuerzo de sus guionistas por plasmar las miserias de una sociedad empeñada en seguir guardando las apariencias aun cuando ya todo el mundo sabe que el sistema no funciona. Este mensaje nos llega de distintas formas:

El modo en que se habla constantemente de las cifras y lo que ello provoca es un buen ejemplo de ello. El político promete reducir la criminalidad y para cumplir esta promesa se olvida de la propia criminalidad y se limita a presionar a la policía para que maquille las estadísticas. Y lo mismo ocurre en las escuelas, donde los profesores dedican una parte importante del tiempo de sus clases a conseguir que los alumnos memoricen los exámenes finales (muy superiores a su nivel real) simplemente para que pasen de curso y no aumenten las cifras de fracaso escolar. La desconexión entre las malditas estadísticas y la realidad es tan grande que no solo son una herramienta de valoración inútil, sino que se han convertido en uno de los principales problemas. Empeñados en medir y cuantificar los resultados, lo único que consiguen es sabotearse a sí mismos. ¿Por qué? Porque lo que realmente les preocupa no es solucionar los problemas, sino aparentarlo.

Otro ejemplo mucho más sutil, pero que me ha llamado la atención, es un comentario recurrente que distintos personajes en contextos distintos van haciendo a lo largo de toda la serie. Se preguntan a sí mismos cómo sería trabajar en un caso policial de verdad, en un periódico de verdad, hacer política de verdad... como si se sintiesen atrapados en un mundo provisional que ni ellos mismos pueden tomarse en serio. Esto es una protesta más contra el sistema. Parece que todos saben lo que habría que hacer, pero el modo en que se hacen las cosas, las normas establecidas, no les permiten hacerlo. Todos se sienten víctimas del sistema, pero algunos deciden oponerse y otros deciden dejarse arrastrar. No es casualidad que los personajes que despiertan mayor simpatía son aquellos que viven nadando contra corriente.

Y por último, mi ejemplo favorito. El final de The Wire consigue transmitir la sensación de que todo sigue igual. Es decir, a pesar de todo lo que ha pasado, aunque muchos hayan desaparecido, los que quedan y los que llegan seguirán perpetuando el sistema.

Se conceden algunas licencias, algunas puertas abiertas a la esperanza en forma de personajes que consiguen encontrar su lugar en el mundo. De hecho, a cada uno de ellos le dedican una secuencia en el último capítulo para que entendamos que lo han conseguido.

El ex-Detective Roland Pryzbylewski reprende a un niño a la puerta del colegio demostrando que ha conseguido el respeto y la autoridad que nunca antes había tenido.

El niño pandillero Namond Brice aparece dando un discurso en una competición escolar bajo la mirada orgullosa de su padre de acogida, el ex-Comandante Howard “Bunny” Colvin, que tras chocar en repetidas ocasiones contra el sistema, encuentra en ese chaval su forma de redimirse.

Y, por supuesto, el esperado plano en el que Bubbles atraviesa por fin la puerta del final de la escalera de la casa de su hermana, dejando atrás definitivamente su pasado como yonqui.


Pero estos ejemplos son los menos, porque hay multitud en el sentido contrario. Sobre todo dos tremendamente curiosos: Estoy hablando de Dukie y de Michael Lee.

Ellos también tienen una última secuencia que nos deja adivinar su futuro. Dukie aparece metiéndose su primer pico. Y Michael aparece cometiendo su primer atraco a un narco, con una escopeta. Sin duda ambos están siguiendo un patrón que ya conocemos, Dukie se está convirtiendo en el nuevo Bubbles y Michael en el nuevo Omar. De hecho, pensadlo bien, sus vidas encajan perfectamente, se complementan.

¿Qué quiere decir esto? Pues que no importa que un yonqui muera o se rehabilite, se engancharán más. Y tampoco importa que traficantes, camellos y matones acaben en la cárcel o con los sesos desparramados por la acera, siempre habrá otros dispuestos a ocupar su lugar.

Y seguirá siendo así mientras no cambie el sistema. Este es el verdadero mensaje de The Wire.

Mi duda es si la serie ha tomado partido respecto a cómo creen que podría solucionarse el problema. En términos generales es imparcial, se limita a mostrar las cosas tal y como son, sin juzgar a nadie y dejando que se vean los matices de todos los personajes estén en el lado que estén. Pero no puedo dejar de pensar que Jamsterdam y lo que ello simboliza, podría entenderse como la apuesta personal de los creadores de la serie. Mientras este experimento dura la delincuencia baja, los drogadictos y las prostitutas reciben atención sanitaria y se crea una especie de paz entre las bandas. Acabará fracasando, pero por razones políticas, por que no hay forma de justificar eso sin pasarse por el arco del triunfo la ley. No sé, tal vez sea su forma de decirnos, pues cambia la ley.

¿Qué opináis?

P.D: Estoy convencido de que la muerte de Omar, sorprendente y decepcionante para muchos, forma parte de este mismo mensaje. Omar no podía morir de otro modo, ni por supuesto sobrevivir, porque habría ido en contra de la filosofía de la serie. Trataré de demostrarlo en la próxima entrada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario