26 jul 2010

Anoche lo vi claro


Cuando trabajo en un proyecto suelo obsesionarme un poco. Se convierte en algo así como el salvapantallas de mi mente. Cada vez que no estoy haciendo ni pensando en nada concreto irremediablemente empiezo a buscar una forma mejor de presentar al personaje o el modo de resolver un problema de guión que me está retrasando...


Ahora estoy trabajando en un proyecto de largo. Una historia a la que llevo muchos años dando vueltas y que he decidido escribir por mi cuenta y riesgo ahora que tengo tiempo. Y claro, siendo como soy, os podréis imaginar que me duermo muchas noches dándole vueltas al guión. Supongo que esto es lo que ha provocado el sueño de esta noche.


Es difícil de explicar, de hecho, ese es el problema. Pero esta noche he visto mi película. Todavía no he terminado la primera versión del tratamiento y tengo muchas dudas sobre tramas, personajes... Pero esta noche he visto mi película.


El problema es que ha sido un sueño, uno de esos sueños borrosos en los que realmente no sabes muy bien lo que pasa porque lo importante no es eso sino la sensación. Te despiertas convencido de haber vivido algo intenso que te produjo miedo, ternura, melancolía... pero no te acuerdas bien de los detalles. ¡Y yo necesito detalles! Me he levantado ansioso por ponerme a escribir, he abierto el documento en el que estoy trabajando y... nada. Estoy seguro de que esta noche, de algún modo, he tenido la historia resuelta en mi cabeza, la he visto clara por primera vez desde que trabajo en ella. Pero nada mas despertarme, la he perdido. Supongo que estará escondida en el subconsciente esperando el mejor momento para volver a salir.


No es la primera vez que me pasa. Otras veces, estando en la cama justo antes de dormirme, he tenido ideas brillantes. Son esos momentos en los que todavía no estas dormido pero ya no estás despierto. Si pudiese escribir en ese estado sería considerado un genio, estoy seguro. Pero todavía no existe la tecnología necesaria para poder escribir con el pensamiento, así que muchas veces me he levantado en mitad de la noche, he escrito lo que estaba pensando y me he vuelto a acostar convencido de que acababa de cambiar el mundo. La decepción a la mañana siguiente suele ser la norma.


Supongo que esto podría explicarse, al menos en parte, diciendo que lo onírico y lo racional se rigen por normas distintas. Lo que en sueños se nos presenta como una imagen perfecta, como una sensación clarísima, pierde totalmente el sentido al tratar de plasmarlo con palabras. Y más si lo que estamos tratando de escribir es un guión, en el que las descripciones han de ser las justas y todo se basa en las acciones y los diálogos.


Otra posibilidad es que no sepa interpretar mis sueños. Es como si los mensajes me fuesen dados a la perfección durante la noche, como si se me permitiese ver las respuestas en mis sueños, pero al despertar se me arrebataran las claves. La información sigue estando ahí, la tengo, pero encriptada y no soy capaz de descifrarla. Para entenderlo he de estar dormido y para escribirlo despierto... así que no hay manera.


No sé si vosotros creeréis en estas cosas. Pero para mi es obvio que nuestro cerebro no descansa mientras dormimos y que desconectado del mundo puede centrarse en sus cosas. Es más libre, no tiene que estar dando respuesta a todos los estímulos que recibe continuamente de los sentidos mientras se está despierto, así que puede encargarse de poner el día pensamientos que llevaba retrasados. La gente suele decir que durante el sueño asimilamos los conocimientos que hemos adquirido durante el día, y estoy convencido de que hay mucho de verdad en eso. Si no lo entendemos es porque nuestro cerebro se expresa de forma mucho más creativa que nosotros mismos.


Ahora, por ejemplo, recuerdo un sueño que tuve de niño. En realidad no era un sueño, creo que es más acertado llamarlo pesadilla, y no fue uno, aquello me estuvo atormentando cada noche durante más de un mes. Tenía unos nueve años y estoy seguro de que justo antes de que empezasen aquellas pesadillas comprendí algo, un concepto que cambió por completo mi forma de entender el mundo: la muerte. ¿De verdad iba a morir toda la gente que conocía? ¿De verdad iba a morirme yo? ¿De verdad nadie sabía cuando iba a morir? Y lo que era más grave ¿De verdad nadie sabia qué pasaba luego? Aquello primero me quitó el sueño y después me produjo pesadillas.


En aquella época compartía habitación con mi hermano y cada noche, al poco de que mi madre apagase la luz, podía oír como la respiración de mi hermano se hacía más profunda. No sé por qué, supongo que todavía no había comprendido cómo funcionaba la muerte, pero aquellos días me asustaba la idea de que mi hermano dejase de respirar. Entre soplido y soplido se me aceleraba el pulso pensando que el siguiente estaba tardando mucho en llegar, y me imaginaba a mi mismo saliendo corriendo de la habitación para avisar a mis padres de que mi hermanito... en fin. Por suerte no pasó nunca, lo de salir corriendo quiero decir, no quiero ni imaginar el susto que les habría dado a mis padres, y a mi hermano... Me quedaba en mi camita escuchando atento su respiración y pensando en la muerte hasta que me dormía. Que mal lo pasé hasta que me fui olvidando de aquello poco a poco y me fui acostumbrando a la idea. De aquella época, aunque suene algo tétrico (esto se me está yendo de las manos), todavía me queda la sensación que yo identifico con la muerte. A oscuras, en mi cama, imaginaba como sería morirse; desde la perspectiva de un niño de nueve años, claro. Y lo que más me asustaba era que no sabía qué imaginarme. La muerte era una sensación de vacío, algo oscuro y frío que me daba mucho miedo porque podía quitarme a gente que quería, pero sobre todo porque no lo comprendía.


Años más tarde, en la universidad, leería uno de los textos que más me han gustado nunca, de Heidegger. Resumiendo decía que el ser humano sólo siente miedo de una cosa, a lo desconocido. El miedo se experimenta cuando lo desconocido se acerca y el pánico cuando lo desconocido se acerca demasiado rápido como para que se pueda huir. (Tomaros unos segundos para que esta idea retumbe en vuestras cabezas).


Leyendo aquello me acordaba mucho de aquella época. De mis noches escuchando respirar a mi hermano y de mis pesadillas. ¿Os la cuento?


Mi abuela, una mujer a la que quería muchísimo y que me ofrecía magdalenas para merendar cada vez que iba a su casa, vivía en un edificio bastante antiguo en el que no había ascensor. En lugar de eso había un hueco enorme en las escaleras, de tal forma que mientras subías podías mirar por el hueco y ver hasta el último piso. Mi abuela, que vivía en el tercero, después de abrirme la puerta de la calle por el telefonillo, tenía la costumbre de esperarme en el rellano de su puerta apoyada en la barandilla y mirando cómo subía por las escaleras. Nuestras conversaciones sobre cómo me había ido en el cole o por qué mi madre me había mandado a su casa empezaban entre el primero y el segundo, así que para cuando llegaba al tercero y le daba el beso ella ya sabía todo lo que necesitaba y pasaba directamente al asunto de las magdalenas.


Pues bien, durante más de un mes estuve reproduciendo aquella situación en mis pesadillas, pero pervirtiéndola por completo. No me sentía igual que cuando iba a ver a mi abuela, ni mucho menos, en el sueño aquel lugar me daba miedo. Aunque olía igual (esto no sé por qué pero recuerdo que era así, en mi sueño estaba seguro de que era la escalera de casa de mi abuela por varias cosas pero sobre todo porque olía exactamente igual), estaba oscura y todo me parecía extraño. Subía peldaño a peldaño mientras oía una voz que me llamaba por mi nombre y al mirar por el hueco de la escalera veía a mi abuela, que también sé que era mi abuela pero no se parecía en nada a ella porque no era la figura tierna de siempre, sino algo amenazante y siniestro que me asustaba. Yo subía y subía sin apenas moverme del sitio y mirando hacia arriba cada pocos pasos. Allí arriba, en el tercero, siempre veía aquella figura que parecía mi abuela pero me negaba a creerlo porque algo me decía que no podía confiar en ella. Me llamaba y me sonreía de una forma extraña, como los payasos de las películas de miedo que todavía no me dejaban ver. Hasta que en una de las veces que miraba hacia arriba, pillaba a mi abuela escondiendo un cuchillo entre sus manos.


Aquello sí que daba miedo... estaba seguro de que si llegaba al tercero me mataría. Y me pasé más de un mes subiendo escaleras cada noche. Ahora, con el tiempo, y después de haber oído hablar del psicoanálisis y de la interpretación de los sueños me atrevería a decir que la figura de mi abuela, una de las personas más viejas que conocía, representaba la muerte. Y el hecho de que no pudiese dejar de subir hacia ella sabiendo que me iba a matar representaba el hecho de que nadie puede huir de la muerte. Mi mente de nueve años había creado toda una imagen elaborada y genial de lo que estaba tratando de asimilar, pero yo no comprendía nada, sólo sabía que me daba miedo.


Han tenido que pasar veinte años para que pueda recordar aquel sueño casi con cariño y comprenderlo. Quien sabe, puede que dentro de veinte años más sea capaz de averiguar qué narices he soñado esta noche y escribir este puñetero guión...

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