1 jun 2011

El corto (5ª Parte): El rodaje

Hay ciertas cosas en la vida que uno sólo es capaz de hacer si no las piensa demasiado. Hacer puenting, pedirle el matrimonio a alguien o rodar tu primer corto como actor, son buenos ejemplos de ello.
Que nadie me malinterprete, normalmente todas estas cosas se hacen después de tomar una decisión basada de alguna forma incompresible en la razón. Nadie te obliga. Pero para hacerlas, es necesario cierto grado de inconsciencia. Y es así porque incluso antes de hacerlas ya sabes que te vas a encontrar con momentos difíciles en los que probablemente te arrepientas con todas tus fuerzas.
Cuando tus pies se separan de la barandilla sientes esa sensación de vacío que supone la recompensa y el castigo al mismo tiempo por haberte atrevido. Sensación muy similar, supongo, a la que debe sentirse al notar el frío del metal del anillo en el dedo anular. Pero para mi sorpresa, no sentí lo mismo al escuchar el grito de acción en la primera toma.
Antes del rodaje tenía una buena colección de miedos. Me preparé como buenamente pude para que ninguno de ellos me afectase en el rodaje. Pero aún así temía ponerme nervioso, olvidar el texto, no conseguir conectar con mis compañeros de reparto, notar que mi interpretación no convencía a nadie... Si alguna de esta pequeña colección de desastres sucedía en la primera toma, sabría que me había equivocado, que no debería estar ahí y que tenía por delante tres días muy largos.
Pero no pasó nada de eso. Al contrario, el primer día de rodaje disfruté mucho.
Me sentí muy cómodo tanto con el equipo como con Pau Gregori y Miguel Barberá, los actores. Lo de Pau era de esperar, somos amigos desde hace años y sabía que me ayudaría en todo lo que pudiese. Pero a Miguel lo había conocido hacía muy poco y temía la relación que pudiese surgir entre nosotros. Por suerte, este miedo desapareció de inmediato. No sólo me cayó bien, sino que además trató de facilitarme las cosas en todo momento y me resultó muy fácil trabajar con él.
Para mi sorpresa, todo el mundo me trataba como a un actor, y yo empecé a sentirme como tal.
La primera noche me fui a dormir contento por cómo había ido todo y por el buen resultado de algunas secuencias complicadas que grabamos ese primer día.
El segundo día empezó con la misma dinámica. Yo estaba cómodo, me estaba divirtiendo y además alguna de las secuencias aparentemente más difíciles de rodar, como una en la que un conejo vivo tenía cierto protagonismo (ahí es nada...), estaban saliendo bien y en hora.
Pero una nube se cernía sobre mí, acechando sin que yo lo supiese, y estaba a punto de romper esta buena racha.
Al final de la tarde sólo nos quedaba por rodar la última secuencia del día, pero era un exterior-noche, por lo que tuvimos que esperar a que anocheciese y el equipo aprovechó para cenar y descansar un poco.
Después de cenar me senté un rato en una silla cerca del fuego y empecé a notar que se me cerraban los ojos. No me lo podía permitir, estábamos a punto de rodar lo que serían los últimos segundos del corto y en esta secuencia el peso recaía sobre mí. Sólo había una frase, era mi personaje el que la pronunciaba y se suponía que tenía que ser algo impactante... por lo que más me valía activarme un poco.
Había imaginado miles de veces este plano final en mi cabeza y me encantaba. Pero por alguna razón, esta secuencia me parecía más difícil de interpretar que las demás. Era extraño porque no había tenido este problema en ningún momento, pero esa secuencia era especial por toda una serie de razones (razones que no puedo explicar ahora mismo sin destripar el corto...) y por primera vez en todo el rodaje sentía que no tenía una opinión propia clara sobre cómo debería interpretar ese momento.
El equipo terminó la sobremesa y empezó a montar la iluminación y el travelling en el exterior. Yo aproveché el momento para comentar con Virginia, la codirectora del corto, mis dudas. Intercambiamos impresiones y decidimos probar con algo concreto. No era la primera vez que hablábamos de esta secuencia, ni mucho menos. Pero en ese momento era distinto por una sencilla razón: En unos minutos estaríamos rodando la primera toma (o eso creíamos).
Entre tanto, salí de la casa para dar un pequeño paseo por los alrededores. Elegí el emplazamiento perfecto atendiendo a razones como la inclinación del terreno y la dirección del viento, miré al horizonte y mientras regaba la mata de romero más próxima, vi la nube (que no era sólo simbólica, sino también muy real). Todavía no había anochecido del todo y pude ver que unos nubarrones enormes estaban entrando en el valle. No me gustó nada lo que vi.
Conozco el terreno lo suficiente como para saber, ya en ese momento, que muy probablemente aquello iba a descargarnos encima. No me equivoqué mucho...
A los pocos minutos, cuando todo estaba ya prácticamente listo para rodar, empezaron a caer las primeras gotas y todo el mundo tuvo que correr de un lado a otro recogiendo el material. Nos refugiamos en la casa e hicimos lo único que podíamos hacer, mirar como llovía. El día iba a alargarse un poco...
De repente, la lluvia paró. Decidimos volver a montar y cruzamos los dedos para que no lloviese más. Pero no fue así. Justo cuando ya estaba otra vez todo listo, el cielo se abrió y empezó a llover mucho más fuerte que antes.
Todos empezamos a dar por supuesto que iba a ser imposible rodar esa secuencia esa noche y los ánimos empezaban a caer cuando de repente Dani, ayudante de dirección, tuvo una buena idea: Con algunas modificaciones podíamos convertir esa secuencia en un interior. A todo el mundo le pareció bien, así que el baile empezó de nuevo.
Mientras volvían a montar el travelling en el interior de la casa, Virginia, Pau, Miguel y yo, nos reunimos para hablar de cómo iba a quedar la secuencia. A Pau y Miguel el cambio no iba a afectarles demasiado, pero yo pasaba de decir mi frase andando mientras salía de la casa, a decirla totalmente quieto plantado al lado de la chimenea.
Ensayamos cómo iba a quedar la cosa: Ellos simularían entrar corriendo y se quedarían parados a pocos metros de mí. Y mientras el travelling avanzara entre ellos buscando un primer plano de mi cara, yo miraría a uno, miraría al otro y diría la frase. Eso era todo.
Parecía sencillo, pero ya en los ensayos notamos que algo fallaba. Es difícil de explicar, pero supongo que tuvo algo que ver con los estados de ánimo. Todos estábamos cansados, la lluvia lo había retrasado todo y además nos había obligado a cambiar los planes. Rodar en interior era una buena solución, pero no lo que queríamos hacer. Y además de todo esto yo no estaba como tenía que estar. Me faltaba confianza, no sabía cómo rodar esa secuencia y todos lo notaban.
Miguel y Pau trataron de ayudarme, me daban consejos para que me soltase, para que lanzase la frase de formas distintas y tratase de encontrar la correcta. Hablamos del contenido, de lo que significaba, de lo que sentía mi personaje en ese momento... hablamos y hablamos, tal vez demasiado. Creo que hubo un momento en que más o menos lo tuve, pero no paramos a tiempo o realmente nunca lo tuve porque al terminar, me sentía igual que al principio.
Cuando empezamos a rodar, las primeras tomas no gustaron a nadie, ni mucho menos a mí. No sé cuántas hicimos, pero bastantes. Yo intenté hacerme con la situación, notaba que estaba perdiendo la confianza que me había ganado en esos dos días de rodaje en los que todo había ido bien, pero no sabía cómo reconducir aquello.
Virginia, tratando de ayudarme, paró el rodaje. Me dijo que teníamos que cambiar la frase, que tal vez diciendo alguna otra cosa conseguiría desbloquearme. Decidimos la nueva frase y volvimos a rodar algunas tomas más. Fue algo mejor... pero no bien. Lo más positivo que se dijo cuando decidimos que ya habíamos rodado la última toma fue que de entre todas las que teníamos seguramente alguna valdría...
Evidentemente para mi fue bastante duro. Me había sorprendido a mí mismo durante el primer día de rodaje. No hubo que repetir por mí prácticamente ni una vez, recordaba el texto al dedillo y además me sentía bastante cómodo rodando secuencias complicadas desde el punto de vista interpretativo. Pero esa noche todo fue distinto.
Fue entonces cuando sentí esa sensación de la que os hablaba al principio. Sentí los pies despegarse de la barandilla y la sensación de vacío.
Me preguntaba cómo habría solucionado esa situación un actor profesional, Miguel o Pau por ejemplo. Yendo a la casa donde dormíamos lo comentamos en el coche, pero no hablamos del tema objetivamente. Ellos trataban de animarme diciendo que todo el mundo estaba muy cansado, que el parón para esperar a que anocheciese nos había aplatanado un poco a todos y que encima el problema de la lluvia había provocado que ya empezásemos a rodar con poca confianza. No era culpa mía, o al menos no exclusivamente.
Pero a mí me sigue rondando esa duda en la cabeza. ¿Era posible reconducir la situación? Soy consciente de que decir esto es tirar piedras sobre mi tejado, pero personalmente creo que sí. Un actor con experiencia y confianza en sí mismo, habría afrontado ese momento de otro modo y seguramente habría conseguido distanciarse del estado de ánimo reinante y defender su interpretación al 100%. No era fácil, desde luego, pero asumo que donde yo fracasé otros podrían haber triunfado.
A la mañana siguiente noté la tensión de nuevo. No lo hablamos, pero supongo que más de uno se preguntaba si el problema de la noche anterior me habría afectado o si sería capaz de empezar el día con otro ánimo y rodar todas las secuencias que teníamos planificadas con la misma confianza de los días anteriores. Yo mismo sentía que tenía que superar una prueba.
Cuando dimos por bueno el primer plano del día a la segunda o tercera toma, se disiparon todas las dudas. Lo de la noche anterior había sido algo puntual y yo no iba a permitir que me afectase.
Rodamos a buen ritmo toda la mañana y a medido día Virginia me propuso algo. Había amanecido muy nublado, pero a lo largo de la mañana se había despejado y parecía que esa noche, aunque no estaba planificado, íbamos a poder rodar en exteriores sin problemas.
¿Rodamos la secuencia tal y cómo la escribiste? Por supuesto, dije que sí.
Esa noche todo fue distinto. Rodamos la secuencia original y todos quedamos contentos. Nunca habrá que elegir una toma de entre todas las que se rodaron aquella fatídica noche del segundo día de rodaje.
Han pasado más de dos semanas desde aquel fin de semana y, con el tiempo, me he dado cuenta de que fue mejor así. Sin aquella noche la experiencia no hubiese sido completa.

Yo me tomé este rodaje como un aprendizaje y seguramente aprendí más rodando esa secuencia que todas las demás. Lo pasé mal durante esas horas, mentiría si dijese lo contrario, pero si no hubiese sucedido, ahora tendría una sensación equivocada respecto de cómo es realmente el trabajo del actor profesional.
Gracias a esa secuencia maldita hoy tengo un respeto mucho mayor por la profesión del actor. He experimentado en carne propia qué se siente cuando se da la acción y uno se encuentra en el otro lado, en el lado hacia el que mira la cámara. La responsabilidad, los nervios, las sensaciones...
Me sentí uno de ellos durante esos tres días. Mejor dicho, el equipo y mis dos compañeros de reparto me hicieron sentir actor. Nunca podré agradecerles lo suficiente su apoyo y el respeto con el que se tomaron mi trabajo.
Todavía falta bastante para que podamos ver el resultado final. Pero la sensación con la que nos quedamos todos es que habíamos hecho algo grande.
De lo que sí estoy seguro es de que no olvidaré nunca este rodaje y de que no me arrepiento de haber tomado aquella decisión. Volvería a hacerlo.  

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