24 may 2011

La importancia del grupo

El lunes que viene empiezo a impartir un nuevo Curso de monólogos en SGAE Valencia. Será un curso de 24 horas de duración repartidas en clases de cuatro horas durante dos semanas en el que yo me encargaré de exponer la parte sobre guión y Pau Gregori se ocupará de todo lo relacionado con la interpretación.
El objetivo del curso es claro: Que cada alumno escriba un monólogo propio de entre cinco y diez minutos de duración y lo defienda encima del escenario en una última clase abierta frente a un público reducido compuesto por los familiares y amigos que ellos mismos inviten.
No es la primera vez que Pau y yo impartimos este curso, ya lo organizamos para la Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de Valencia, y funcionó muy bien. Es un curso muy divertido tanto para los alumnos como para nosotros mismos y hubo momentos realmente geniales en los que no podíamos parar de reír.
La pasada edición fue más corta que esta, tuvimos menos horas para trabajar con los alumnos y llegamos a la última clase con los monólogos menos ensayados de lo que nos habría gustado. Pero sorprendentemente, cuando se subieron al escenario, lo bordaron. No sólo eso, sino que además parecía que ya sabían que lo iban a hacer bien porque invitaron a bastante gente. Casi llenamos el salón de actos y os aseguro que pasamos un buen rato con el espectáculo que dieron los chicos. Aquel curso nos dejó muy buen sabor de boca, por eso ya teníamos ganas de repetir.
Ahora estoy revisando y ampliando el dossier que entregaremos a los alumnos el primer día de clase y en lo único que pienso es en qué tipo de gente vamos a encontrarnos. Generar un buen ambiente en las clases es fundamental para este curso. Divertirse desde el primer momento, olvidar las vergüenzas y reducir al mínimo las inseguridades que, como es natural, cualquiera puede sentir al subirse en un escenario, son requisitos indispensables para que las clases funcionen.
Aunque parezca mentira a este tipo de cursos se apunta gente de todo tipo. Siempre hay gente extrovertida que no tiene ningún tipo de pudor y participa activamente de la clase desde el principio. Pero también puede acabar sentado en una de las butacas el vivo retrato de la timidez. A éstos se los detecta rápido, cuando ves que todo el mundo da su respuesta al primer ejercicio y él o ella se encoge tratando de pasar desapercibido porque cree que lo que ha escrito no es divertido. En estos casos siento una curiosidad especial por saber por qué se han matriculado al curso. Lo pasan mal porque les da vergüenza hablar en público, pero se matriculan en un curso de monólogos... son un ejemplo de la complejidad humana. A veces dejan de venir, otras se mantienen en un segundo plano durante todo el curso tratando de no hacer mucho ruido y hablando sólo cuando es estrictamente necesario, pero otras veces logran superar sus miedos y notas cómo se van soltando. Todo un éxito.
Sin duda prefiero a los tímidos antes que a los extremadamente críticos. Es más difícil manejarles sobre todo porque generan mucho recelo entre sus compañeros. Lo ideal es que cualquiera pueda decir cualquier burrada sin que nadie se sorprenda, estamos ahí para eso, pero cuando alguien juzga todo el mundo activa las alarmas.
Lo peor que puede ocurrir en un curso de este tipo es que al proponer un ejercicio todo el mundo diga que no se le ha ocurrido nada... Por supuesto que no es cierto, todo el mundo es capaz de encontrar un gag partiendo de unas directrices muy marcadas en un ejercicio concreto, lo que ocurre en estos casos es que no quieren ser ellos quienes hablen primero, temen ser juzgados. Cortar eso a tiempo, conseguir que en la clase se respire un clima relajado, que todo el mundo participe y hable libremente, es fundamental.
Evidentemente, los principales responsables de ese clima son los alumnos. Pero los profesores tenemos que ser capaces de potenciarlo al máximo. Cómo hacerlo depende de muchos factores, pero yo tengo mis truquitos.
La disposición en el aula, por ejemplo, es muy importante. No conviene que el profesor esté muy separado o por encima de los alumnos. Lo mejor es que todo el mundo se siente en un círculo o de tal forma que todos podamos vernos las caras.
Otro factor a tener en cuenta es que en este curso conviene permitir que los alumnos interrumpan continuamente. De este modo se relaja el ambiente y no se produce una gran diferencia entre los momentos en los que el profesor está exponiendo algo y los momentos en los que se está haciendo un ejercicio en el que lo ideal es que participen todos. A veces incluso conviene potenciar las interrupciones. Si mientras se expone alguien hace algún comentario por lo bajo, o se ríe, preguntarle qué le ha hecho gracia puede dar pie a un comentario por parte del alumno. No importa si se pierde algo de tiempo, si se genera ese clima de confianza es tiempo bien empleado.
Algo muy importante también es saber medir los tiempos de la clase. Intercalar los ejercicios más participativos con las exposiciones más teóricas, pero también permitir que algunos momentos se dilaten si ves que conviene por algún motivo y después apretar el ritmo o incluso pedir concentración si es necesario. Tampoco conviene que la gente se relaje tanto que aquello deje de parecer una clase...
Este curso además tiene un problema añadido, el horario, empezamos a las cuatro de la tarde por lo que romper con la hora de la siesta será un reto añadido. Arrancar con algún ejercicio movido que suela funcionar bien o dar protagonismo a algún alumno que normalmente consiga hacer reír a todo el mundo puede cambiar el rumbo de la tarde.
Y por último, generar un humor propio de la clase. Vamos a pasar muchas horas juntos y tratándose de un curso de monólogos, es casi obligatorio que en ese tiempo se generen situaciones divertidas. Esto genera compañerismo y sensación de grupo. Tener alguna coña que solo entiendan ellos porque estuvieron allí aquel día se convierte en un vínculo. Recordarlo, usarlo y convertirlo en un gag recurrente en las clases consigue que todo el mundo se sienta a gusto.
En definitiva, se trata básicamente de convertir el curso en un rato agradable. Conseguir que todos estemos deseando empezar la próxima clase, que los alumnos lleguen con ganas de explicar la idea que se les ocurrió trabajando en casa en su monólogo, que cada tarde pase algo divertido y que al final de todo cada alumno tenga su propio monólogo.
¡Estoy deseando empezar!


Por cierto, si alguien se anima, todavía queda alguna plaza libre para completar el aforo máximo del curso. ¡Nos vemos allí!

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